sábado, 21 de febrero de 2009

"Los Musulmanes en la Profecía." Un análisis de los musulmanes a la luz de la historia y de la profecía bíblica(II PARTE)

4. Los árabes en la quinta y sexta trompetas. ¿Qué vieron tantos intérpretes de la Edad Media en las invasiones islámicas, que les permitiese identificarlas con tanta seguridad y por tantos siglos con la quinta y sexta trompetas? En esencia, dos cosas, (1) el papel que desempeñaban y (2) los símbolos del Apocalipsis que retrataban tan a lo vivo las hordas musulmanas.
(1) El papel que desempeñaban. Los historicistas medievales sabían que Roma era el último imperio que quedaba de la secuencia profética anunciada por Daniel y confirmada en el Apocalipsis bajo el símbolo de Babilonia. Por consiguiente, consideraron que las siete trompetas eran juicios de Dios que debían caer sobre el imperio romano. Ahora bien, habían expirado ya las invasiones bárbaras o germanas que habían acabado con la Roma imperial pagana. Las cuatro primeras trompetas del Apocalipsis las habían representado con notable nitidez. Pero Roma seguía todavía en pie, revestida ahora con un barniz cristiano, y con aspiraciones a reestablecer los ideales imperiales en lo que pasó a llamarse Sacro Imperio Romano.
Tampoco habían caducado los títulos imperiales de Roma y su carácter represivo y cruel, que en occidente se habían encarnado en el pontificado romano. Es más, esa Roma occidental y presuntamente cristiana había sido capaz de asimilar a las tribus bárbaras que la habían invadido. En un consorcio con ellas, la Roma pontifical había logrado transformarse en la Gran Babilonia predicha por el Apocalipsis. Y todo esto, sin que en Constantinopla se hubiese extinguido el Imperio Romano Oriental. ¿No haría nada el Señor para vengar la sangre de tantos de sus siervos ultrajados por ese poder apóstata, y contrarrestar su carácter despótico? Así parecerían entenderlo los mártires que claman “bajo el altar” en el quinto sello (Apoc 6:9-10). Reclaman el juicio de Dios y se preguntan hasta cuándo prevalecería la opresión medieval. La respuesta, que proviene del mismo altar (Apoc 8:2-4), muestra que Dios no tiene reservada su intervención sólo para el final. La quinta y sexta trompetas tendrían la misión de responder, aún en forma limitada y con misericordia, a esos actos crueles de la Roma apóstata. Pero, ¿de dónde vendrían tales juicios? ¿A quiénes emplearía Dios esta vez para castigar a ese imperio político-religioso opresor, si ya no quedaba poder alguno que fuese capaz de pararse ante Roma? En eso, irrumpen del “abismo”, de la nada, los musulmanes que vienen del oriente, y se transforman en el único azote real y permanente que, por siglos, amenaza con destruir la Roma apóstata tanto oriental como occidental. [“Carecemos de datos suficientes para fijar siquiera con aproximada seguridad el número de los combatientes que la Arabia islamita envió contra los infieles del Oriente y Occidente” (G. Oncken, Hist. Univ., 14)]. ¿Quién podía evitar evocar los símbolos de la quinta y sexta trompetas que los describían tan bien? No hay, pues, ningún misterio en que esa interpretación haya gozado de un consenso tan generalizado entre los historicistas del medioevo.
(2) Los símbolos. De mi libro, Los Sellos y las Trompetas, hago una síntesis: a. El pozo del abismo: fácil de identificar como una referencia a Arabia con sus desiertos, tierras desoladas y regiones deshabitadas. Conlleva un simbolismo doble en referencia al origen diabólico de su religión. Su aparición repentina e inesperada los llevó a extenderse de la nada, es decir, del “abismo”, como un imperio conquistador. - “Si alguien en el primer tercio del séptimo siglo cristiano hubiera tenido la audacia de profetizar que en el espacio de una década, algún poder no anunciado ni previsto desde el hasta entonces bárbaro y poco conocido país de Arabia, iba a hacer su aparición, y arrojarse en contra de los únicos dos poderes mundiales de la época..., hubiera sido indudablemente declarado lunático. Pero eso fue exactamente lo que pasó” (Ph. K. Hitti, History of the Arabs..., London, 1940, 142). - Humo: símbolo de dispersión (Sal 68:2). b. Langostas: símbolo de un ejército innumerable (Juec 6:5; 7:12; Is 33:4). La arena seca y caliente era el hogar de la plaga de la langosta, y cuadra con los guerreros que salían cabalgando por el desierto bajo el grito de batalla: Allahu akkbar, “Dios es grande” (curiosamente, la misma expresión pusieron en la TV iraquí durante todo el día del atentado de NY, sobre las imágenes de la caída de las torres gemelas). - Juec 7:12 compara a los hijos del oriente con las langostas que provienen del este de Egipto, es decir, de Arabia. c. Caballos: los montaban para ir a la guerra, en contraste con el estilo de conquista romano que se dio mayormente a pie. - Cabellos de mujer: “tradicionalmente montaban sólo yeguas en batalla, a las que llamaban banat er rih, o ‘hijas del viento’. [“El ruido de sus alas era como el estruendo de carros con muchos caballos que corren a la batalla” (v. 9)]. Los ‘Arabes’ [nombre de sus caballos] también jugaron un papel clave en la difusión del Islam. Mahoma declaró que por cuidar este caballo en vida, los fieles serían redimidos después de la muerte. Las invasiones musulmanas introdujeron los ‘Arabes’ en el Norte de Africa y el Sur de Europa en donde influenciaron el desarrollo de caballos de raza adicional” (Encarta, Arabian). - También se ha aplicado la cara de hombre y cabellos de mujer a la larga cabellera con barba que solían usar los árabes. d. Escorpión: “Su repentina aparición donde nadie podía esperarla fue siempre la base fundamental de la táctica beduina”, cf. Sellos y Trompetas, 288. e. “Soldados de a caballo” se describen para la sexta trompeta, lo que confirma que se trató de la misma clase de gente, aunque ahora bajo los turcos otomanos. f. Fuego, jacinto y azufre (6ta. trompeta): a diferencia de la quinta trompeta, los turcos otomanos combatieron con pólvora cuyo origen fue chino. La pólvora se introdujo en Europa por el medio oriente. Constantinopla cayó atacada por cañones. Las características únicas de las invasiones islámicas, pues, no dejaban ninguna duda para los intérpretes historicistas que vivían en esa época. Ellos no eran futuristas que anunciaban ya el tiempo del fin, y relegaban todo mensaje profético para el final. Reconocieron, simplemente, que se encontraban en la época de la quinta y sexta trompetas, respectivamente. El fin vendría después que expirase ese azote musulmán sobre el cristianismo romano occidental, es decir, sobre Babilonia (Apoc 9:14). Y esto ocurriría cuando sonase la séptima trompeta (Apoc 10-11). III Hace unos diez años atrás, me encontraba en una reunión de pastores hispanos de toda la División Norteamericana en Cohuta Springs, Georgia. Uno de los exponentes estaba introduciendo una nueva interpretación, futurista, con respecto a las fechas proféticas de Dan 12. Unos amigos míos me consultaron en privado sobre esa interpretación, luego de lo cual me preguntaron si estaría dispuesto a hablar con ese orador. Acepté a condición de que fuese personal, con no más de dos o tres pastores presentes interesados en el tema. Cuando volví de buscar mi Biblia me condujeron a un saloncito y, para mi sorpresa, ya estaba mi colega con 50 pastores ansiosos por lo que se veían venir. Antes que alcanzase a reaccionar había otro tanto más, y en pocos minutos sobrepasó el número de 200.
Esa noche quedó bautizada como la del “combate”. Felizmente, mi amigo fue un verdadero caballero, por lo que se pudo mantener una conversación franca y abierta, hasta casi media noche, sin atropellos personales. Al terminar ambos el diálogo, el líder hispano de la División Norteamericana pidió que dejásemos por escrito lo que habíamos expuesto, para poder madurar los argumentos vertidos y tomar una decisión. Y agregó, ya en forma enfática y polémica: “Porque si a mí me vienen de nuevo con el año 538, ¿de qué me sirve siendo que vivo terminando ya el S. XX?” Lo interrumpí en el acto, pidiéndole que también expusiera por escrito su posición personal. Con la carcajada de todos los pastores se decidió clausurar la reunión. Después de unos momentos de buenos deseos, se oró y dormimos felices. Lo que ninguno de los predicadores futuristas parece querer entender, es que el Señor iba a estar con su pueblo orientándolo sobre la hora en que le tocase vivir, no sólo en el fin del mundo, sino “todos los días hasta el fin del mundo” (Mat 28:29). Dejemos de confinarlo al primer siglo o al último de la historia terrenal. ¿No sería demasiado pedir que nos hubiese hablado sólo a nosotros, y no a los que nos precedieron?
Por otro lado, ¿podemos argumentar realmente que las fechas proféticas que Dios dio en lo pasado no tienen ningún valor para nosotros, que vivimos en el S. XXI? ¿Cómo nos sentiríamos hoy, si encontrásemos en los testimonios de las generaciones anteriores, únicamente declaraciones que negasen todo valor para ellos de las profecías acerca del fin del mundo, porque el Señor no vendría en sus días? Es más, ¿cómo podríamos estar seguros de vivir en la época del fin del mundo, a fin de dar el testimonio correspondiente, si no tuviésemos esos hitos históricos que nos permitiesen ver cumplidas las etapas anteriores anunciadas? Fue justamente con el propósito de afirmar la fe historicista del pueblo remanente a lo largo de los siglos que Dios agregó fechas proféticas definidas. Las que Dios dio a Daniel y a Juan, sin embargo, en relación con la “gran tribulación” futura, tienen en común que desembocan en “el tiempo del fin”. Iban a ser necesarias, en especial, para consolidar la fe de los que vivirían en la última generación, quienes no tendrían dudas, gracias a ese hecho, de estar viviendo realmente en esa época ni de la misión que Dios les daba.

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