viernes, 5 de septiembre de 2008

CRISTO, CUMPLE CON LAS CONDICIONES DE DIOS AL SER NUESTRA PROPICIACION

En 1 Juan 2:1 leemos “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”. Juan comienza dirigiéndose a la membrecía usando un diminuto “Hijitos”. Es una forma muy particular de expresar cariño a los feligreses, pero también de ver en ellos a Hijos nacidos espiritualmente, aun a pesar de que algunos, bien pudieran llevar muchos años en la iglesia. Entonces como “nuevos” en los asuntos del Señor, están listos para recibir las indicaciones del maestro. Que rápidamente les da una nueva orden prohibitiva “no vayáis a pecar”.
Cuando una persona nace en el Reino de Dios, generalmente su vida espiritual está en alza, por lo que los actos del pecado no son manifiestos, sin embargo el apóstol, igual les expresa la prohibición. Aquí, no da la idea de que el cristiano no “puede” pecar, o que el pecado es “inevitable” en la mente del creyente, como pensaban los gnósticos de que al ser el cuerpo intrínsecamente malo, siempre pecado iba a tener, por lo que no era necesario regirse por la ley, y por ende la conducta moral no es necesaria respecto a la salvación, pues la esperanza de redención sobrepasa cualquier conducta.
Esta doctrina relativizo no solo lo relacionado con el pecado, la conducta, sino que ataco a la misma naturaleza y divinidad de Jesucristo. Por eso Juan en estos tres versículos habla de; quien es y que hace Jesús por el pecador.
Retomando el mandato de Juan de no dar pie al pecado, estaba indicando que el cristiano debe siempre resistir los actos del pecado. Pero conociendo la naturaleza pecaminosa del hombre, abre la clausula de escape “Si alguno cometiera pecado”. Esta oración condicional potencial, revela lo que realmente el autor quería decir, aunque el prohibía el acto de pecar, también se daba cuenta de que el pecado siempre está a la “vuelta de la esquina”, si bien es cierto que una persona puede “no pecar”, también es más cierto que “puede pecar”.
Pero Juan trabaja de una forma muy sabia al escribirle a sus hijos espirituales; pues enfatiza categóricamente que el cristiano “no debe pecar” y después da la posibilidad de que “si alguno llegara a pecar…”, si esto Juan lo dijera al revés, no tuviera tanto sentido como el que tiene ahora, pues enfatizar que el “cristiano peca” y ver la posibilidad de que “el cristiano no peque” iba a traer la conformidad de la filosofía gnóstica sobre los creyentes, pues iban a sentirse irremediablemente perdidos, aun a pesar de tener un Salvador, por supuesto esto contrarrestaría verbalmente a la obra mediadora y salvífica de Cristo que en el mismo versículo sigue, pues más seguro es perderse que salvarse, aun a pesar de ser Cristo la finalidad del Creyente. Sin embargo, es muy prudente Juan al declararlo de la forma ya estudiada “no peques, pero si alguno peca”. Aunque la finalidad del creyente es no pecar, siempre va a existir la posibilidad de hacerlo.
Después de dejar al creyente “desnudo”, como alguien que necesita “vestirse”, o está esperando que alguno le resuelva el problema. El apóstol introduce la solución. Es el “abogado” quien se encarga de nuestro caso. A diferencia de un bogado que esta para resolver nuestro caso y declarar nuestra inocencia, este abogado, que es Cristo trabaja diferente. El no cubre o mantiene nuestra inocencia, pues no somos inocentes, ya que el pecado nos hace culpables delante de Dios, pero el confiesa la culpa ante el Padre. Cristo trabaja no para mostrar inocente al creyente, sino para mostrar la culpabilidad, y después, a través de el mismo tomar el caso y presentarlo delante de Dios. Por eso el versículo 2 muestra a Cristo como propiciación, ya no solo es nuestro abogado, sino también el medio por el cual el pecado es cubierto y remitido. Es una magnifica forma que Juan utiliza para reafirmar la divinidad del Señor.
Ante una sociedad educada en que cualquier dios, para apaciguarlo con el fin de que diera el perdón, se debía ofrecer un presente o propiciación, Juan inculca a los creyentes, de que Jesús “el justo” se dio a sí mismo como ofrenda, no para apaciguar la ira del Padre por el pecado del hombre y poder amarlo, sino para ser el enlace entre el creyente y Dios. En Cristo, si es confesado el pecado, este se cubre y se transfiere. Solo él puede ser la ofrenda, por tanto su sacrificio es único y necesario, ninguna filosofía debía cercenar esta doctrina, por eso “El (mismo) propiciación es” aparte de ser el sujeto de la oración en los tres versículos citados, llega a ser la figura central de la realidad del creyente y de todo el mundo, pues la muerte de Cristo cubrió de forma global los pecados del mundo.
En estos dos conceptos de abogado y propiciación, Juan ha querido recalcar la función de Cristo ante la necesidad de los creyentes. Y una vez más, la figura del Salvador se yergue poderosamente sobre toda ciencia y filosofía. Ante una pujante teoría introducida dentro de la iglesia que ensenaba que el cuerpo era malo (razón para no preocuparse de la moral), por lo tanto había que liberar el alma del cuerpo. Juan en contraste a esto señalaba que solo a través de la muerte de Cristo, el pecado y no el cuerpo podría “librarse”. Equivocadamente los gnósticos este perdón de pecados lo transformaron en liberación de las prisiones de la carne y del destino.
Ante estas pautas dadas por Juan a sus feligreses, pareciera que fuera suficiente, sin embargo no es así. En los dos primeros versos se mostro lo que Dios ya hizo y hace por nosotros. Ahora viene la parte que corresponde al creyente, que es el conocerle a través del guardar sus mandamientos. En antítesis a la lógica gnóstica, que sostenía que lo importante era tener solamente el conocimiento que Cristo había traído, desprovisto de interés en la conducta moral e indiferente sobre la conducta humana. Aquí Juan como hebreo y cristiano piensa de forma diferente, donde ve que el conocimiento de Dios va junto a la conducta moral, que es logrado a través del observar sus instrucciones. Por eso el apóstol no utiliza en sus epístolas la palabra “gnosis”, vocablo con la cual se reconocía a la falsa ciencia “gnosticismo” (1 Timoteo 6:20) al parecer no quiere poner ninguna dificultad, aunque fuera una palabra, para que sus lectores no tuvieran el mínimo de confusión.
Entonces utiliza la raíz “ginosko” que tiene el sentido de relación, de donde utiliza un juego de palabras que intensifica la responsabilidad y necesidad del hombre “ginoskomen oti egnokamen autov” (‘conocemos que hemos conocido a él’). Guardando, vigilando, dar atención a sus órdenes, instrucciones o mandamientos. La experiencia del hombre iba a estar marcada entonces por el conocimiento de Dios, sin embargo, este conocimiento se iba a evidenciar a través de este (hombre) al guardar los mandamientos.
Justamente el guardar del griego “teromen” expresa la idea de observar en forma continuada, pero apelando a que esto pueda ocurrir, (ya que esta en modo subjuntivo). Por eso Juan ha llevado a su iglesia a un estado embrionario en el conocimiento de Dios al llamarlos “Hijitos”. Todavía sus obras no han manifestado una relación madura con el Señor, pero si esto ocurre, es entonces porque se ha estado en conformidad con la voluntad de Dios, entonces vemos que el guardar los mandamientos de Dios, no es por una manera acción que se produce en mostros, sino porque hemos conocido a Dios. Entonces, de forma instintiva los mandamientos tendrán en nosotros la observación y distinción adecuada.
Al poner el apóstol el primer “conocemos” en presente y el segundo “conocemos” en perfecto (conocemos que hemos conocido a él), estaba reforzando la idea de esta palabra griega que indica una relación entre la persona que conoce y el objeto conocido de gran valor para aquel que conoce. Esta relación, donde la persona conoce, lo que Cristo como abogado y propiciación, representa para su vida, llevara al penitente a ser no solo un oidor de la voluntad de Dios, sino también un hacedor de su disposición expresada en sus mandamientos. Ante una ilusoria piedad marcada por las prácticas gnósticas, Juan enfatiza una vez más la característica que distingue a los verdaderos “Hijitos”, el conocimiento de Dios va unido a las obras de rectitud. La iglesia de hoy tiene tanta necesidad de reconocer y practicar estos principios delineados por Juan, como la tuvo la iglesia para cuando se escribió. Aunque el pecado rompe la comunión con Dios, es importante destacar que nunca destruirá la condición de hijo. Todos estamos siendo educados por Dios, cada vez que necesitamos comprender algo de lo “grande” que es Dios, cada vez “naceremos” de nuevo.
El pecado todavía atisba, y con más fuerza que antaño, y puede hacer sentir a las personas culpables y condenadas sin ninguna esperanza, empero el creyente todavía tiene un abogado, que toma nuestra causa, nuestra culpabilidad confesada y la revierte sobre sí mismo, intercediendo ante su Padre por su sangre y por nuestro nombre. Y como él es Dios, y también fue el sacrificio expiatorio, cumple con las condiciones de Dios. Entonces, su voz es escuchada y nuestra deuda cancelada.
Pero como todo el Señor no lo puede hacer (que es la paradoja eterna de la incomprensión humana limitada, porque si lo puede todo) deja su voluntad para que se obedezca, para que el creyente, al ejecutar su palabra, los actos de pecado no interfieran su comunión con Dios. Es nuestra responsabilidad conocer a Dios, para ello tenemos su Palabra que como luz en la oscuridad guía al más incauto en las sendas del bien y la prosperidad. Conocer es tener una experiencia con Jesus, es tener un trato afectivo y personal con él. Esta propuesta es una arista de lo que Juan pudo haber deseado al escribir su epístola, y mas, Dios, quien lo inspiró.

lunes, 1 de septiembre de 2008

“Vanidad” en la Biblia

(en la foto, Pr. Pablo Millanao, amigo y colega en el ministerio) Por Pablo M. El término “vanidad” aparece 75 veces en la Biblia (Reina-Valera 1960). Su uso es mayoritario en el libro de Eclesiastés (28 veces), siguiéndole Salmos (10 veces). Otros libros como Isaías y Jeremías empatan con 8 registros de esta palabra. El los Salmos, “vanidad” se usa como un adjetivo de la naturaleza humana; pasajera, mortal, perecedera y débil. Figura, también, asociada a la necedad o mentira (Sal. 144:8). En Eclesiastés, se usa para reflejar lo tedioso y pasajero de la vida; la rutina que nos absorbe y que poco aporta para lo que realmente hace trascendente nuestra vida: el respeto y asombro ante Dios (Ecl. 12:14). Alude también al esfuerzo humano por buscar y construir la felicidad por sus propios medios; proyecta la fugacidad del gozo para quien lo busca sin Dios (Ecl. 2:1, 11). Incluso el conocimiento y la riqueza, como base de nuestro intento por darle sentido a nuestra vida, carece de trascendencia; es pasajero, es vano (Ecl 2:15; 4:8). Todo lo que no dura, lo que es perecedero, no es importante ante la fugacidad de la vida. Eclesiastés presenta que aquello no brinda felicidad ni paz ante la inminente muerte de todo ser humano. En Isaías se refleja la idolatría (Is. 41:29) y la necedad de no buscar a Dios (44:9-18) con esta palabra. Los planes y proyectos personales que interfieren con la voluntad perfecta de Dios, también son retratados con este término (Is. 58:9; 59:4). Jeremías sigue una línea de pensamiento muy similar. Reitera la noción de “vanidad” como idolatría (Jer. 10:3-5) y la necedad de ignorar a Dios (Jer. 14:14). La noción de mentira o engaño también está presente (Jer. 16:19). Las dos veces que aparece en el NT (Rom. 8:20; Efe. 4:17) se usa el mismo vocablo griego “mataiotes”. Significa básicamente, vaciedad, futilidad, frustración y transitoriedad. Son términos actuales que reflejan muy bien la condición humana sin Dios; condición que se alcanza cuando no se alimenta el corazón y la mente con los principios de vida divinos, ni se busca la gracia de Dios para satisfacer nuestra carencia. Hasta aquí, hemos visto que en realidad no se habla de joyas, pinturas, modas, etc., con lo cual normalmente asociamos “vanidad” estos días. Sin embargo, los principios y actitudes en juego son los mismos que llevan a alguien a buscar en esta “vanidad moderna” la felicidad, proyección o realización personal. El énfasis en la belleza y lo estético para fomentar un modelo de vida ideal está lejos de ser el correcto. La belleza y la salud no son eternos; son pasajeros, son vanos. Enfatizar y depender de un elemento estético, vanidoso, para ser “alguien” en la vida es el camino equivocado. Tan equivocado como era para el pueblo de Israel adorar a ídolos que nada podían hacer, o hacerle caso a mentiras que nada podían hacer para cambiar la realidad de sus faltas contra Dios. Es confiar y depender de factores superficiales, externos y pasajeros, lo que constituye el problema básico de la vanidad en cualquiera de sus formas. Es en este contexto, que Pablo y Pedro entregan sus consejos a la iglesia cristiana. La iglesia estaba iniciándose, y se encontraba expuesta a muchas influencias que la podrían llevaSEr a quitar sus ojos de la eternidad y fijarse más en las cosas que brillan y encandilan de este mundo. Pablo escribió “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Tim. 2:9, 10). Pedro agrega “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Ped. 3:3, 4). Lo que ellos buscan este no nos dejemos engañar por las apariencias. El ser humano tiene algo que lo hace más bello y hermoso que lo que la estética y vanidad puede aportar; un corazón limpio y regenerado por la gracia de Dios, alguien que no tiene nada que temer del futuro y cuyo pasado está escondido en el perdón de Dios. Eso finalmente se refleja en el rostro y en nuestra disposición ante la vida. Esa es la verdadera belleza, la que no se acaba, pues Dios la ha puesto en nuestra vida.