domingo, 21 de febrero de 2010

La arqueología y la fiabilidad de la Biblia


Por Alan Millard
Profesor emérito de la Universidad de Liverpool.

Imagine por un momento que hereda, inesperadamente, una vieja casa en Madrid. Mientras la explora, en un rincón de una habitación ve una caja. Al abrirla encuentra unas cuantas viejas cartas. La escritura es del siglo XVIII, pero las cartas pretenden ser copias de cartas enviadas por el rey Felipe II. Quiere saber si son genuinas. ¿Cómo puede decidirse? Si compara el papel y la tinta con otras cartas del siglo XVI puede que no encuentre diferencias sustanciales. Entonces estudia el lenguaje y reconoce que corresponde al español de ese siglo y no es posterior.

La prueba final es: ¿Reflejan realmente estas cartas el tiempo de Felipe II? Al estudiarlas encuentra una en la que el rey Felipe invita a la reina Isabel de Inglaterra a visitarle y tomar té. ¡Ya tienes la respuesta! ¡Nadie bebía té en Europa en el siglo XVI! Las cartas no son auténticas: fueron creadas en el siglo XVIII. Esta historia ilustra, a pequeña escala, el problema con el que nos enfrentamos cuando nos preguntamos hasta qué punto es fiable la Biblia como fuente de datos históricos. Voy a hablar, principalmente, del Antiguo Testamento, la Biblia hebrea. Es un problema difícil porque las copias más antiguas de las que disponemos son los manuscritos del Mar Muerto, copiados hace unos 2000 años. Para algunos de los libros del Antiguo Testamento, esas copias fueron hechas dos o tres siglos después de haber sido escritos, en otros casos pueden haber pasado siete u ocho siglos.

No hay otros libros hebreos antiguos con los que compararlos, aunque podemos ver diferencias en el lenguaje entre los libros que se concentran en acontecimientos anteriores a la conquista de Jerusalén por los babilonios en el 586 a.C. y los libros escritos en el período persa. En ausencia de textos hebreos comparables, podemos buscar otras fuentes de información sobre los acontecimientos y la cultura en los días de los reyes de Israel y de Judá.

Consideremos, en primer lugar, la situación política, el marco histórico. La Biblia menciona varios reyes extranjeros, principalmente reyes de Asiria. Afortunadamente se han encontrado inscripciones sobre esos reyes, escritas durante sus reinados y que ahora podemos ver en nuestros museos. A los emperadores asirios les gustaba darse pompa hablando de sus logros, de los pueblos que habían conquistado y, entre ellos, nombran a los reyes de Israel y de Judá. Esos nombres aparecen en el mismo orden y en la misma época tanto en las inscripciones asirias como en la Biblia.

Uno de los monumentos más famosos es el obelisco negro de Salmanasar III. Representa a un embajador rindiendo homenaje al rey de Asiria, con una inscripción proclamando que es el tributo de “Jehú, rey de Israel”. Las fuentes asirias fechan el acontecimiento en el 841 a.C. También muy conocido es el informe de Senaquerib de su ataque a Judá en el 701 a.C. Capturó todas las ciudades del rey Exequias excepto Jerusalén. En los muros de su palacio los artesanos grabaron imágenes del ataque a Laquis, una importante ciudad al sureste de Jerusalén, dejándonos las únicas imágenes de los habitantes de Judá en los tiempos del profeta Isaías. Siempre que podemos contrastar las narraciones bíblicas con los registros asirios, son consistentes
Los principales acontecimientos históricos fueron conocidos durante mucho tiempo. Supongamos que alguien, en los días de Alejandro el Grande, en el siglo cuarto a.C., hubiera querido crear una historia ambientada en los días de los reyes de Judá. Hubiera podido reproducir el ambiente histórico de forma creíble. Ahora le pido un poco de paciencia mientras explico un pequeño detalle que encuentro muy significativo. Los nombres de los reyes de Asiria suenan muy extraños en nuestros oídos: Tiglath-pileser, Salmanasar, Esarhaddon. No ponemos esos nombres a nuestros hijos (aunque quizá llamemos así a nuestro gato). Hoy en día encontramos muchos nombres extranjeros (chinos, japoneses, turcos o mongoles) leyendo los periódicos y no sabemos cómo pronunciarlos exactamente o cómo se deletrean. En el capítulo 20 de la profecía de Isaías aparece el nombre de un rey de Asiria, el padre de Senaquerib, Sargón. Su nombre aparece frecuentemente en las inscripciones cuneiformes asirias y generalmente se pronuncia Sharru-ken, no Sargón. En consecuencia, los expertos concluyeron que la forma hebrea del nombre es inexacta. En el palacio de Sargón arqueólogos americanos encontraron un pequeño trozo de arcilla con la marca de un sello. Es el sello de un oficial asirio, con su nombre y su título en alfabeto arameo: “Sello de fulano de tal, oficial de Sargón”. En ese tiempo solo se escribían, tanto en arameo como en hebreo, las consonantes de cada palabra. El nombre del rey aparece escrito como s r g n , con exactamente las mismas letras como se escribe en hebreo en el libro de Isaías. Esta, y otras evidencias, indican que los asirios pronunciaban “s” y “g” donde los babilonios, en el sur, dicen “sh” y “k”. Las Escrituras conservan exactamente la forma del nombre usada en el tiempo del rey Sargón, pese a la desaparición de Asiria 100 años después de la muerte del rey y al exilio de los judíos en Babilonia. Los libros escritos en los siglos tercero y segundo a.C. que mencionan a los reyes de Asiria no conservan sus nombres correctamentey el nombre de Sargón había sido completamente olvidado.

La fiabilidad de los libros bíblicos puede demostrarse con muchos

ejemplos.

 No voy a dar aquí un catálogo, sino a describir

uno: tiene que ver con el dinero. A lo largo de toda la Biblia

hebrea nos encontramos con la palabra “siclo” y, a menudo le

acompaña el verbo “pesar”. Cuando Abraham compró el campo y

la cueva donde enterraría a su esposa Sara, “pesó el dinero ….

400 siclos de plata (Génesis 23: 16). En aquellos días se pesaba la

plata o el oro para pagar. O bien tenías pepitas o cortabas los lingotes

o los anillos para llegar al peso exacto. Las primaras monedas

se acuñaron alrededor del año 600 a.C. En la Bíblia, desde

Génesis hasta Reyes, no se mencionan las monedas, y lo que es

sorprendente es que sí aparecen en los libros del período persa, en

Esdras y Nehemías (El Libro de Crónicas menciona las monedas

al relatar una acción del rey David (1 Crónicas 29: 7), pero este

libro fue escrito en tiempo de los persas y su autor está usando palabras que comprendían sus lectores). Recientemente, un erudito

ha afirmado que el libro de Samuel hace referencia a la acuñación,

por lo que no puede ser un libro muy antiguo, pero se equivoca,

porque la palabra siclo no hace referencia a una moneda sino

a un peso.

¿Por qué, entonces, la mayoría de los eruditos no aceptan las

narraciones bíblicas como historias reales? En la mayoría de los

casos es el resultado de la crítica literaria y de la hipótesis de la

evolución de la religión de Israel. Durante 200 años la fecha del

libro de Deuteronomio ha sido un asunto clave. Muchos lo identifican

con el Libro de la Ley encontrado en el templo de Jerusalén

en el reinado del rey Josías (alrededor del 620 a.C.). Dan por supuesto

que los reformadores de Judá lo crearon poco antes de que

fuera encontrado, por lo que realmente no era un libro antiguo, de

los tiempos de Moisés, unos 600 años antes. Como consecuencia,

cualquier otro libro de la Biblia con el mismo estilo literario (digamos

los libros de Josué, Samuel, Reyes y algunos profetas, en

particular Jeremías) fue escrito en esa misma época o después. Se

dice que esos libros son propaganda religiosa y que nadie debe

creerse la propaganda. Pero la propagando, en sí misma, no es necesariamente

falsa; en mi opinión, la propaganda contra el tabaco

es buena y dice la verdad.

El apoyo para fechar Deuteronomio y otros libros del mismo

estilo en el siglo VII a.C. o después no está bien fundamentado.

El libro podría ser mucho más antiguo y su estilo podría haber

existido durante siglos. Las inscripciones de los reyes asirios indican

esto mismo. Tenemos anales de reyes del siglo XII a.C. y

anales de reyes del siglo VII a.C. que comparten la misma forma,

muchas de las palabras y la misma ideología. Esta continuidad de

estilo ofrece una buena analogía para apoyar que un mismo estilo

literario y una misma actitud teológica podría haberse dado en Israel

desde los tiempos de Moisés hasta los de Josías. Por lo tanto,

fechar Deuteronomio y los libros relacionados en el siglo séptimo

o después no es tan seguro como se suponía. En consecuencia,

podemos confiar en la información que estos libros proporcionan

como reflejo real de los tiempos y acontecimientos que describen.

Una de las preguntas que se ha planteado en los últimos años

tiene que ver con la existencia del rey David. No hay rastro de él

fuera de la Biblia. ¿Por qué no nos ha dejado ningún monumento

ni ninguna inscripción? El hecho de que no existan inscripciones

del rey David no es excepcional. Mil años después de él, otro

gran rey reinó en Jerusalén, el rey Herodes. Todavía podemos ver

algunos de los edificios que levantó, pero ni una sola inscripción

suya se ha encontrado en Palestina. Además, se argumenta, si el

rey David era tan poderoso e importante como se deduce de los

libros de Samuel, seguramente encontraríamos referencias a él en

las inscripciones de los reyes de Egipto, Asiria y Babilonia. Como

no hay ninguna, no pudo haber sido un rey tan importante como

nos quieren hacer creer los escritores hebreos. Cuando examinamos

la historia de ese período, alrededor del año 1000 a.C., queda

clara la razón de ese silencio. En esa época Egipto no era fuerte y

no le preocupaban los asuntos de más allá de sus fronteras; Asiria

era débil porque las tribus arameas del norte de Siria habían ocupado

la mayor parte de su territorio – algunas de estas tribus se

desplazaron hacia el suroeste y fundaron el reino de Damasco- y

las mismas tribus se habían apoderado de Babilonia. Los reyes

asirios no podrían tener contacto con un estado al otro lado de los

arameos y sus inscripciones, de nuevo, se interesan por asuntos

puramente locales. El rey de Tiro fue amigo de David y quizá podría

haber dejado un monumento mencionándole, pero Tiro sigue

siendo hoy una ciudad y muy poco se conoce de su historia antigua,

y no se han encontrado inscripciones de ninguno de sus reyes.

El hecho de que David no sea mencionado por ninguno de

los reyes de su tiempo, no es, en consecuencia, evidencia de que

no fuera importante o de que pudiera tratarse de un personaje de

ficción.


Hace 10 años se encontró un fragmento de una tabla de piedra

con inscripciones en Tel Dan, en la frontera norte de Israel. Está

escrito en el alfabeto usado por los israelitas y sus vecinos alfabeto que llamamos fenicio, que llegó hasta España) y que en su idioma es el arameo. El monumento se levantó probablemente para

celebrar la victoria de un rey, pero falta el principio, por lo que

no se ha conservado el nombre del rey; pudo ser Hazael, rey de

Damasco. El rey proclama su victoria sobre un rey de Israel y de

“la casa de David” (beth David). Es éste un testimonio de la existencia,

alrededor del 840 a.C., de una dinastía fundada por alguien

llamado David, además e una referencia a Israel. La relación entre

esta dinastía y la familia de David que gobernaba en Jerusalén está

fuera de toda duda. Era común nombrar a la dinastía por su

fundador y no hay razón para suponer que el fundador no existiera.

Luego he aquí una evidencia indirecta y extra bíblica de la

existencia de David y de la dinastía que fundó.

Permítame demostrar hasta qué punto es fiable el informe bíblico

por medio de otro ejemplo. La historia de David y Goliat es

muy conocida. El primer libro de Samuel, capítulo 17 y versículos

5-7 describe la armadura y las armas: “traía un casco de bronce

en su cabeza, y llevaba una cota de malla, de bronce, que pesaba

5000 siclos. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y jabalina

de bronce entre sus hombros. El asta de su lanza era como un

rodillo de telar, y tenía el hierro de su lanza 600 siclos de hierro”

Aparece 4 veces la palabra bronce y solo una vez la palabra “hierro”.

Este detalle me proporciona una valiosa pista. Si la historia

de Goliat hubiera sido inventada en el siglo VII a.C., o incluso

después, la proporción de los metales sería extraña. En esas fechas,

la armadura y las armas de un campeón serían de hierro, y el

bronce era algo anticuado. Por el contrario, en el siglo XI a. C. el

bronce era el metal habitual, y el hierro era nuevo, y poco corriente,

limitado a usos especiales, como la punta de la lanza. El autor

que hubiera escrito esa historia 400 años después de los hechos

narrados, ¿conocería estos detalles? Lo dudo. Si la narración de

Goliat es fiable hasta esos detalles. ¿no podemos aceptar la fiabilidad

de todo el relato?


Otra gran figura de la Biblia es Moisés y, como David, es un

personaje desconocido fuera del relato bíblico. Muchos se preguntan: ¿Por qué no hay rastro de Moisés? Egipto nos ha dejado

tantos grandes templos, tumbas, inscripciones y documentos y en

ninguno se menciona a Moisés, así que quizá, dicen algunos,

Moisés nunca existió. Puede ser plausible, pero se ignoran las circunstancias

de la época. Los grandes faraones hicieron grabar sus

triunfos en las piedras de los templos, los administradores y los

contables mantuvieron registros detallados de recibos y gastos en

rollos de papiro, los secretarios mantenían listas actualizadas de

los trabajadores y sus tareas, del trabajo realizado, de las ausencias

por enfermedad u otros motivos. Pero las grandes escenas en

el templo nunca iban a contar desastres, como la desaparición de

muchos de los trabajadores que fabricaban los ladrillos o la tragedia

que las tropas sufrieron en el Mar Rojo. Los burócratas escribieron

sobre papiro, pero casi todos los rollos de papiro se han

podrido en el húmedo suelo egipcio. Los que vemos en los museos

fueron enterrados en tumbas o en otros lugares del desierto,

donde se deshidrataron y se conservaron. No tenemos registros

administrativos de los lugares en que trabajaban los israelitas.

Como consecuencia, no podemos sorprendernos de que Moisés y

los israelitas no se mencionen en los registros egipcios. Esto no

nos permite afirmar que Moisés no existió.

La arqueología nos puede enseñar mucho sobre los tiempos

bíblicos; puede ilustrar la historia y arrojar luz sobre antiguas costumbres

y modos de vida, pero no puede darnos pruebas. Alrededor

de Jerusalén hay muchas tumbas cavadas en las colinas. Son

pequeñas cuevas. La entrada es pequeña, de un metro de altura,

cerrada por una gran piedra, como una rueda o un canto rodado,

para impedir la entrada de los ladrones y las alimañas. En su interior

se puede estar de pié. Puede haber un nicho en la pared y

dos túneles horizontales de dos metros de largo por uno de alto

excavados en la roca. El cuerpo se enterraba en uno de los túneles.

Al cabo de un año poco más que los huesos quedaban. La familia

volvía a la tumba, recogía los huesos y los guardaba en una

caja, un osario. El osario se guardaba en el túnel, en el nicho o en

el suelo. En ocasiones los familiares escribían sobre la caja el

nombre del muerto. Los nombres que se han encontrado se hacen

eco, en ocasiones, de los que se mencionan en los evangelios

(María, Juan y otros). Esta forma de enterrar a los muertos cesó

cuando los romanos conquistaron Jerusalén en el año 70 d.C., por

lo que estos osarios demuestran que los nombres que encontramos

en los evangelios eran corrientes entre los judíos del primer

siglo, algo que en ocasiones se había negado. Recientemente quizá

haya oído de un osario, perteneciente a una colección privada,

con la inscripción: “Santiago, hijo de José, hermano de Jesús”. Un

amigo, experto en inscripciones antiguas, concluyó que este osario

contenía los huesos de Santiago, el hermano de Jesús de Nazaret,

quien fue el líder de los cristianos en Jerusalén. Yo no estaba

convencido, pues los tres nombres eran corrientes en esa época.

Ahora, como resultado de varios tests y otras informaciones, se

puede afirmar que la inscripción es moderna.

La tumba en la que sus amigos colocaron el cuerpo de Jesucristo

era nueva. No sabemos si José de Arimatea la usó posteriormente.

Al tercer día después de la crucifixión los amigos de

Jesús encontraron la tumba vacía. La arqueología puede descubrir

tumbas de esa misma época y explicarnos cómo eran. Pero ni la

arqueología ni ninguna otra investigación o ciencia puede demostrar

la resurrección de nuestro Salvador. Para eso necesitamos fe.

Al considerar la fiabilidad de la Biblia, la arqueología es una

valiosa herramienta que nos ayuda a colocar el texto en su contexto

y obtener así una mejor (más rica) evaluación. Cuanto mejor

comprendemos el contexto, más se nos presenta la Biblia como

un libro antiguo en el que podemos confiar. En último término,

solamente por el ejercicio de nuestra fe pueden ser juzgadas sus

afirmaciones sobre temas espirituales, y esto es algo que ha sido

así desde que se escribieron sus primeras palabras. Para los siervos

del Dios Vivo la arqueología es un instrumento precioso para

comprender mejor la situación humana: los hombres y sus ideas

son como la hierba… pero la Palabra de nuestro Dios permanece

para siempre.