Si existía un forma única de inculcar el misterio de la salvación, era el santuario, el método más propio y diverso como ninguno. Con sus corridas de techo, hasta su entrada principal, no dejaba ni un cabo suelto en la administración de la sangre, vehículo endémico y litúrgico, proceso santo y honrroso como el matrimonio. El lugar santo dividido del santísimo contenía tres muebles, sin ninguna similitud, pero que en su explicación apuntaba a lo mismo, Jesucristo.
Jesucristo es el pan del cielo, Jesucristo es la luz del mundo, Jesucristo es el olor grato. El pan satisface, la luz guía, el perfume envuelve. Cristo vino para satisfacer al hombre de la necesidad de la salvación. vino para guiar al hombre a la salvación, vino para que el hombre fuera olor grato a Dios.
En el santuario, el penitente encontraba a Dios, encontraba paz para consigo mismo y encontraba motivo por el cual peregrinar en la vida. Traer un cordero o unas gavillas, satisfacía la pena más honda, daba aliento al alma, curaba la herida abierta. Es imposible quitar la figura del santuario cuando se habla de pecado, perdón y juicio. En la misma enseñanza, el santuario celestial emerge desde mucho antes, primero, para servir de modelo, y segundo, para terminar lo que se comenzó en la obra salvífica del pecador. En el cielo hay candelabro, hay altar, hay incienso, hay propiciatorio, hay pan, hay ley, hay vestiduras, hay pecado, y pecado? sí, pero solo simbólico, en forma de registro, los hechos pecaminosos que se cometen en la tierra, se registran en los libros del cielo y ensusia la perfecta atmosfera celestial. De la forma como simbólicamente el cordero, el pan, la luz, ilustraba la vida perfecta y sin pecado de Cristo, en el cielo, los pecados registrados ilustran la imperfección y miseria humana. Lo hermoso será que cuando termine uno terminará el otro.
Cristo pronto vendrá, su proceso de intercesión pronto terminará, cuando esto acontezca, ya no habrá mas oportunidad de salvación, el arrepentimiento debe ser ya!