sábado, 28 de junio de 2008

¡UN RATON POR UN MILLON CUATROCIENTOS MIL PESOS CHILENOS!

Según Plinio, durante el sitio de Casolino se vendía un ratón por 200 denarios, haciendo los cálculos, un denario era el pago diario a un trabajador (I y II siglo d.C), el equivalente para hoy de un millón cuatrocientos mil pesos chilenos (3000 dólares aprox.). Josefo también comenta que cuando los romanos sitiaron a Jerusalén, algunas personas fueron obligadas a buscar en las cloacas para comer estiércol que allí se encontrara. Un suceso parecido a los ejemplos citados ocurrió mucho antes en el sitio a Samaria por el rey sirio Ben-adad (mitad siglo IX a.C), había tanta hambre, que se llegó al extremo de cometer canibalismo, como se encuentra en el capítulo 6 versículos 28 y 29 de segunda de Reyes. Dos mujeres determinaron comer a sus hijos, uno de ellos fue cocido, pero cuando le tocó a la otra mujer cocer a su hijo, ésta lo escondió y no quiso entregarlo. El rey al escuchar esta repugnante historia, rasgó sus vestiduras en señal de un gran dolor. En ese entonces, había cuatro leprosos que habitaban a la entrada de la puerta principal de la ciudad. La lepra incluye varias enfermedades de la piel de tipo infecto-contagiosa, su alcance podía reflejarse hasta en la ropa en especie de moho (levíticos 13:47-59). Desde el punto de vista social, el leproso podía sufrir incluso más, de lo que podían dolerle sus malolientes llagas. Primero, ellos (leprosos) al detectarse la enfermedad, eran declarados de manera oficial en una reunión protocolar “inmundos” (Levíticos 13:8, 11,22), a continuación eran excluidos del servicio religioso, no podía asistir al templo y debían entregar sus responsabilidades religiosas (2ª Crónicas 26:21; Levíticos 22:2-4). Debían ser echados de sus casas, familia, no tener ningún contacto socialmente (Números 5:2; 12:14,15), en esa salida y en cualquier contacto no forzoso de lejos con alguna persona sin lepra estaban obligados a gritar que eran inmundos (Levíticos 13:45). Eran realmente muertos vivientes, es por ello que en la prosa hebrea, la lepra es una sinonimia de pecado. Los cuatros leprosos, reflexionaron que no tenían nada que perder si se adentraban en el campamento enemigo que atrincheraba frente a las grandes murallas, pues si lo mataban, igual iban a morir de hambre si se quedaban allí en la entrada. Pero Dios, por medio del profeta Eliseo ya había anunciado la terminación del hambre, ocasionada por el conflicto bélico del sitio, profecía no condicional que los leprosos tampoco conocían. Ellos llegaron al anochecer al campamento sirio y cual no fue su sorpresa que en éste, no había nadie. La profecía se había cumplido, un raro estruendo como de gran ejercito no perceptible para los de samaria, pero sí y en gran manera para los invasores, hizo que éstos huyeran aterrorizados. Los leprosos tomaron y escondieron en dos oportunidades, plata, oro, vestidos, después de comer y beber ovíparamente de tienda en tienda, fue un gran banquete para sus desnutridos y raquíticos estómagos. Sin embargo, ellos se percataron de algo, que lo que estaban haciendo estaba mal, el texto describe la actitud “Hoy es día de buena nueva, y si nosotros callamos; y esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey” (2ª Reyes 7: 9). Conocer la “buena nueva” y no anunciarla es maldad, los leprosos, no podían dejar solo para si, todo lo que habían descubierto, compartir la buena nueva iba a salvar a los hambrientos de la ciudad. La Septuaginta, versión de la Biblia hebrea al griego vulgar koiné, muy usada en los tiempos de Cristo, traduce la palabra “buena nueva” como “euvaggeliaj”. Sin duda este es un preciso y precioso referente en el tiempo veterotestamentario de lo que es y significa el evangelio, el hijo de Dios encarnado que viene a buscar a los “hambrientos de corazón”. Si personas con limitaciones físicas, espirituales y sociales como fueron los leprosos, pudieron transmitir las buenas nuevas, ¡cuánto más los que no tienen estos impedimentos!, solo que no recaiga sobre nosotros la expresión de Pablo ¡Ay de mi si no anunciare el evangelio! (1ª Corintios 9:16)

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